Entre Cartas de Amor

Es inevitable…entrar a una librería y sentir una nube que se desliza bajo mis pies. Un día de merodeo por Río Piedras no es un día como cualquier otro. ¡Ah! esa extrema fascinación por un espacio en el que una mañana como esta, parece estar encantado. Todas las miradas a mi entrada me enamoran, algunas con más intensidad que otras – incluidas las de extrañeza y desdén- haciendo un performance de la respuesta del mundo ante mi puesta en escena como ser.

La Tertulia carga esa mezcla dual de ligereza y perpetuidad. Un sofá me hace la gala- marrón, enorme, cariñoso-, remitiéndome a ese amante que en ocasiones recuerdo. Invita a un café, un postre, una siesta. Sí, los libros a mi alrededor lo secundan, su condición de  mejor compañía terrestre les otorga un privilegio personal. Parpadeo con cansancio y los imagino a cada uno esgrimiéndose por proteger mi descanso, o tal vez sólo juegan al mejor seductor, qué más da… observan. Aún así, mi tableta gana la batalla con un blog que late al ritmo de la vida.

La segunda de ocho Cartas de Amor, me hizo una encerrona; iba dirigida a Reynaldo.  Todo en ella vibra, seduce, apasiona y desboca; comprendería exactamente si el receptor sintiera lo mismo, en particular en su último párrafo. Y es que la complejidad es un hilo que hilvana las más deliciosa de las existencias. La forma en la que su amada es tan intensa como desprendida, logra cautivar tanto mi centro como sus periferias. Tanto mi forma factible de amar, como la nitidez del amor a ultramar. Porque en estas travesías coexisten la máxima realización de la vida y la mayor perversión de todos nuestros sentidos.